IV CONGRESO DE ESCRITORES "J.B. MONTAGNE"
UNIVERSIDAD MARISTA DE MÉXICO
MÉXICO, D.F.
19 de mayo de 2015
Lili Jazmín Mejía Bermúdez
Bachillerato Manuel Concha
4.° semestre de preparatoria
Celaya, Guanajuato, México
El
síndrome del vacío
¿Cómo
es que una, teniendo tantas personas a
su alrededor que dicen amarla, llega
a sentir sola?
Ésa
era mi pregunta cada noche, a la hora de acostarme y reflexionar sobre mi día,
al final me preguntaba eso, y sólo me
respondía: " son tus hormonas".
Pero
con el paso del tiempo fui descubriendo qué era lo que realmente sucedía, no
eran ni mis ataques de hormonas adolescentes, ni tampoco el hecho de haber
tenido un mal día, sino, más bien, era
algo más profundo, algo de preocuparse.
El día
que supe lo que realmente pasaba me deprimí tanto que ni siquiera
tenía el valor de salir de mi habitación, tenía que hallar una solución,
no podía seguir diciendo que se me iba a pasar, que sólo era temporal, que eran
etapas por las que todos pasaban, porque no, no era así, yo sabía que, si lo
dejaba pasar y seguía con mi vida, si así podía llamarle, sería un acto de
cobardía y egoísmo contra mi espíritu.
Yo sé
que no soy el único ser humano en la tierra al que le pasa, y ¿saben por qué lo
sé? Lo sé por el simple hecho de que a la mayor parte de las persona con las
que me cruzo, sin importar si alguna vez las había visto, caminan con la
misma mirada de felicidad hipócrita y
con el alma arrastrando encadenada a los
pies, ¿cómo era posible que las personas se encarcelaran a ellos mismos y anduvieran por el mundo como si nada pasara
dentro de su ser? Es por eso que yo
decidí no ser más una de esas caras pálidas sin remordimiento alguno por su
propia vida. Así comenzó todo:
Yo era
una persona "normal" con una familia unida, sin ningún tipo de
disfuncionalidad o falta de recursos monetarios, con amigos maravillosos y con
una persona a mi lado que todos los días me decía te amo, ¿cómo era posible que a mí me llegara el síndrome del
vacío? Pues sí, este síndrome como todas las enfermedades, llega sin avisar,
sin importar edad o sexo e incluso, se tiene que tratar antes de que sea
demasiado tarde.
Yo
comencé a tratarlo, unos cuantos años después de que llegó, ¿por qué? Porque
como todos los humanos, lo último es la salud, así que nunca me hice el chequeo
general, y el día que decides hacerlo y te dicen que tienes algo te cuesta
aceptarlo, pero no obstante dejé de ser egoísta conmigo y empecé el
tratamiento.
El
doctor me dijo que tenía que dejar mi rutina diaria, que descansara y me
olvidara de todo el mundo, pero al igual que todos me automediqué, así que
decidí meterme a clases de baile, me sentía mejor, pero me sentía cansada y a
los dos meses lo dejé, entré a natación, pero me quitaba tiempo y lo dejé.
Poco a
poco me fui dando cuenta de la cura para mi enfermedad, pero yo sabía que auto
medicarme no estaba bien.
Visité
a mi doctor, pero él se había ido de viaje, así que tomé la decisión de ser mi
propio doctor , empecé dejando mi trabajo, platiqué con esa persona especial y
le dije que me diera un tiempo, que debía enfocarme en mi enfermedad y decidió
alejarse, me dolió, pero extrañamente lo superé en una semana, y ahora sentía
que tenía más tiempo para mi así que decidí regresar a mis clases de baile y a
nadar, también entre a clases de pintura, y empecé a sentirme muy bien, me
volví yo misma y por alguna extraña razón
no añoraba a nadie, sentía que era egoísta pero ,¿en realidad lo era? O
simplemente los seres humanos estamos tan acostumbrados a complacer o quedar
bien con los demás, que cuando hacemos algo por nosotros mismos nos sentimos
egoístas cuando realmente no debería de ser.
Y fue
ahí, en ese preciso momento, cuando me
di cuenta que la cura era yo, y no la yo rutinaria, que día a día se levantaba
una hora antes para tener el desayuno listo, después bañarse, arreglarse y
salir 7 en punto, aquélla que todo lo hacía
con tiempo medido, aquella que nunca podía tomar su café en la casa o tomar 5
minutos más en la ducha, aquella yo que hacía todo tan mecanizado, con horarios
y formas para hacer las cosas.
La yo
para mi cura era aquélla que hacéa las cosas sin pensarlo tanto, aquélla que se
arriesga para obtener logros, aquélla que hace lo que le gusta sin pensar a
complacer a los demás y sobretodo aquélla
que sabe que la única persona que la puede hacer feliz es ella misma.
La
única cura eres tú, regresa a lo que hace que tu alma baile.
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Diego Gavino Morales Ramírez
Bachillerato Manuel Concha
6.° semestre de preparatoria
Celaya, Guanajuato, México
DEL
MAR Y OTRAS HISTORIAS
1
Acapulco
es hermoso en esta época del año.
Hace
ya algunos días que no sé nada de Martina, y hace ya dos semanas que juramos no
volvernos a ver.
Amo
a esa mujer, les juro que la amo; sólo que es tan material, tan posesiva, tan
loca; no sé cómo ha logrado estar tanto tiempo sin mí, si siempre se aferra a
todo; odio que no me extrañe, odio su hermoso labio inferior tan grueso, odio
que no ame y odio amarla, necesitarla, adorarla.
Ojalá
estuviera aquí para volver a enamorarnos con esta hermosa puesta de sol que sólo
el pacífico mexicano ofrece.
Hacer
el amor cuando el sol se esconde, llevándose consigo nuestros errores, nuestro
tonto pasado; dejando entrever la luna entera que, con las estrellas, quedan como únicas espectadoras de la acción
más grande de amor pasional, amor divino. ¡Caray!, cómo la extraño.
Pero
por eso estoy en la costa, quiero olvidarla, huir de su recuerdo, lapidar
nuestro amor.
2
Es
curioso, mi vida familiar ha estado llena de mala suerte y muertes extrañas,
aunque si ahora lo ves desde una perspectiva ajena a mi familia, se puede
pensar que también son graciosas, mi vida es una tragicomedia; mi bisabuelo
murió de un rayo en la cabeza mientras limpiaba las heces de los animales del
circo en el que trabajaba; mi abuelo murió arrollado por un camión cervecero,
mientras caminaba, borracho, por el centro histórico de la ciudad de México; mi
padre murió ante mis ojos cuando yo tenía 15 años, se atragantó en un bufé de
todo lo que pueda comer, lo gracioso de su muerte es que el eslogan del
restaurante era «atragántese de sabor».
Mi padre, un hombre chaparro, y con una calva que se
desvanecía rumbo a su frente, decía que yo era su orgullo, y claro, siempre fui
el mejor en mis clases y el capitán de fútbol de la selección escolar; creo que
le oí decirme más veces que me amaba de lo que se lo decía a mamá; amaba a ese
hombre.
A su
muerte, me dejó todo a mí, su único hijo, casas, autos y dinero: todo a mí. Por
suerte para mí en estos momentos, entre sus propiedades estaba un departamento
en Acapulco, a unas 2 cuadras de la playa Caleta y Caletilla; nunca supe de la
existencia del inmueble hasta que me dieron a conocer los papeles del
testamento; tal vez aquí tenía varios amoríos, tal vez otra familia o tal vez
aquí era a donde venía cuando tenía esos largos viajes de "negocios";
no sé, no soy nadie para juzgarlo, ha de haber tenido sus motivos.
Sin
embargo, estoy usando el lugar para
hacer lo que yo supongo que él hacía, escapar de la realidad, de la rutina;
escapar de lo que él era, de su presente; huir de sus miedos, dejar atrás las
frustraciones; dejarnos atrás a nosotros.
3
Mi
padre siempre soñó con ser un galán, como los de telenovela, decía él, nunca
estuvo a gusto con lo que era, pero ¿quién sí?
Nunca
nadie está satisfecho con su apariencia; la mayoría del tiempo queremos lucir
como alguien más, incluso ser alguien más.
Los
estereotipos están matando a esta sociedad.
Buscando
la perfección alcanzamos la imperfección; nadie es perfecto, a menos, claro,
esa morena de grandes pechos que se pasea por el borde de la piscina desbordando
sensualidad en cada paso, pero tal vez ella no quiere ser lo
que es, tal vez le gustaría ser más como aquella italiana delgada con grandes
ojos verdes y las pecas amotinadas en la nariz que se encuentra en la barra, sí
que es hermosa, es el tipo de mujer con la que mi primo Rubén se acostaría;
ahora que lo pienso, yo no tengo un
tipo, ni una lista de requisitos a cumplir, el único requisito para que una
mujer sea mi "tipo", sólo necesita ser complicada y con ello,
complicarme la vida.
Y así
era Martina, complicada, inexplicable, enigmática; pasé tanto tiempo con ella y
sin embargo se volvió un misterio, un misterio que no logré resolver.
4
Recuerdo
que Martina tenía un novio, el amor de su juventud; Román, creo que era el
nombre, un tipo afeminado, como todos los adinerados de aquellos tiempos, y
que, a pesar del cuidado físico que se otorgaba y sus inclinaciones
metrosexuales, era un poco o muy antiestético,
por decirlo de alguna manera; sin embargo, Martina lo amaba, ¿por qué?,
no lo sé, así es de extraña, con ella nunca se sabe.
Ayer,
recién llegado a Acapulco, y con el estómago gritando por alimento, paré en el
primer restaurante que encontré, el hostess muy atento me recibió y me asignó
una mesa, un gabinete con sillones ya un poco viejos que se desgastaban con
cada desayuno, comida y cena; la mesa estaba algo sucia, restos de pan y manchas de café sobresalían del color
vino que ésta tenía; por fin llegó un mesero, muy joven y con un rostro cansado
que demostraba que tal vez hacía más de un turno; ordené unos camarones
empanizados y una Victoria, que no tardaron más de 15 minutos en llegar, al
darle el primer sorbo a mi cerveza, recordé a Román, el pobre hombre se había
suicidado después de que Martina lo dejara, así como si nada, así tan de
repente.
Un
verano, o tal vez era una primavera, Martina huyó de Román, yo creo que Martina
no huía de las personas, huía de sus sentimientos, del compromiso; Román
amaneció muerto unas semanas después por una sobredosis, todos los diarios
hablaban de eso, sin embargo no recuerdo todo a detalle; Martina no supo de
esto sino hasta que regresó de su largo viaje por Europa, daba la impresión de
no importarle, como si no lo hubiera conocido, yo no sabía cómo ella podía
actuar tan desentendida, tan despreocupada; aunque con el tiempo que estuve
junto a ella comencé a comprender que era tan débil como todos, o aún más
sensible, sólo que siempre quería dar la impresión de estar bien, no sé a quién
quería complacer con esto, pero es enfermo, ¿cómo no sentirte mal por la
partida de alguien a quien alguna vez le dijiste que lo amabas?
5
Martina
sólo ha amado a una persona, a Martina; aunque a veces me decía que se sentía
gorda o se sentía fea, lo hacía como por humildad, en el fondo ella sabía y
estaba consciente de lo hermosa que era, y de la belleza inusual de su rostro y
cuerpo; siempre la sorprendía viéndose al espejo, acercaba su rostro como para
buscarse imperfecciones (las cuales no encontraba) y con una lenta caricia
bajaba hacía su pecho, apretaba sus senos uno contra otro como si no estuviera
a gusto con su tamaño; sin embargo, ella
también sabía lo perfectos que eran; yo sólo la miraba, ése se había convertido
en mi pasatiempo favorito, la admiraba como se admira a la Gioconda en el
Louvre, quería recordar cada detalle de ella, y aunque la volviera a ver a la
mañana siguiente, no hacía más que extrañarla de noche y respirarla de día,
pero a todas horas, amarla.
Recuerdo
las primeras noches que dormimos juntos, compramos un pequeño departamento a
las afueras de Cuernavaca, ahí donde fuimos felices, ahí donde el tiempo se nos
iba y no sabíamos en qué hora vivíamos, lo único que nos importaba era estar
cerca, sentirnos, tenernos; nuestras pertenencias eran pocas, un colchón
matrimonial en el suelo, justo en el centro de la habitación, una pequeña
televisión que su padre le había regalado y mi polaroid que tanto usábamos; la
cocina estaba bien, no la usábamos mucho, esos meses nos nutrimos con cereales
y frituras, no sé cómo sobrevivimos. Aprendí que Martina era un desastre, no
tenía ningún sentido del orden, no sabía lo que era; los platos no se lavaban,
la cama no se tendía, pasábamos días con la misma ropa, pero seguía sin
importarnos; a mí, que soy un fanático
del orden, que fui criado con el pensamiento de la necesidad de orden para
vivir en armonía, ya nada me importaba; en esos días contraje mi enfermedad en
las vías urinarias, las cervezas eran mi pan de cada día, a Martina no le
gustaba, pero podía beberse una botella de vodka completa en un día; yo vivía
fascinado de lo poco que le importaba el mundo, de lo poco que le importaba su
salud, ella sólo estaba para vivir el momento; de pronto y sin saber cómo, la
que parecía un desastre, se convirtió en mi desastre y con ello me convirtió a
mí en un desastre.
6
He
terminado con mi cerveza y el calor de Acapulco es cada vez más insoportable,
pido otra al mesero, que pálido y con grandes ojeras asiente indicando un
"sí", rápidamente estoy saboreando otra cerveza y puedo sentir cómo
humedece mis labios, hasta pasar por mi garganta, como un beso, como un beso de
aquéllos que te gustan sabiendo que te van a amargar la vida; pronto tomo una
servilleta y sacó el bolígrafo que tengo en mi bolsillo, comienzo a dibujar
pequeños garabatos sin sentido, tal y como lo hacía Martina, tenía cientos de
postits pegados en el cuarto con sus dibujos y sus ideas, que a veces me
parecían tontas, pero tontas en el sentido de que me causaban gracia, como su
vida, como ella.
Salí
del restaurante, y sentado en una banca de la plazoleta en la que me
encontraba, coloqué un cigarrillo entre mis labios y lo encendí, mientras
observaba a mi alrededor; siempre fui de ese tipo, de los observadores, de los
que les gusta adivinar la historia de las personas, porque cada quien tiene
una; por ejemplo: ese gringo con sombrero que lleva una camisa floreada, pienso
que es un retirado de la fuerza aérea que pasa sus últimos días en las hermosas
costas mexicanas, es divorciado, tiene tres hijos y vive con su perro; claro, esto siempre fue más divertido hacerlo con
Martina pero ahora que estoy por mi cuenta en algo me tengo que distraer.
Me
encantaba compartir mis cigarrillos con ella, se veía tremendamente sensual,
parecía como de esas películas en las que el protagonista fuma con un estilo
incomparable, que no se puede imitar, siempre dejaba su labial rojo impregnado
en el filtro del cigarrillo, después con esos mismos labios me besaba, se
burlaba al pintarme todo de carmín y la verdad no me podía importar menos.
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Melissa Rodríguez Vázquez
4.° semestre de preparatoria
Bachillerato Manuel Concha
Celaya, Guanajuato, México
CARTA
Querido mío:
Ayer,
en nuestro último encuentro, quería decir tanto, que al final no dije nada.
Usted ha tomado la decisión de dar un doloroso final a todo lo bello que
vivimos. Por eso hoy le escribo, porque así no me verá llorar, ni cortará
bruscamente mis palabras.
Para
empezar, déjeme decirle que nunca nadie me había enamorado de tal forma.
Usted
hacía todo lo que en mis libros se relata: revoltijos en el estómago, me
aceleraba el pulso, momentitos de felicidad repentina y el amar casi como un
loco.
También,
usted me hizo odiarlo y conocer un lado más del amor. Me causó dolores y tantas
decepciones. Y me quebró el corazón cuando me comprobó que, siempre, uno quiere
más que el otro.
Pero
¡qué va! Todo, hasta lo malo, usted lo ha terminado. Y no lo culpo. Quizá es
cierto lo que dice y el amor en verdad se acaba. Quizá nosotros sí somos los
indicados, pero en un momento erróneo.
Quizá
sí y quizá no.
Sea
como sea, quiero pedirle un último favor…
¡Vaya
y sea feliz!
Ame,
enamore, sueñe y anhele envejecer con alguien más. Encuentre a alguien perfecta
ante sus ojos, al amor de su vida y a su alma gemela, haga todo lo que jamás
hizo conmigo, olvídese lo que más pueda de mí y quiera tanto como yo lo quise.
Pero si después de todo eso, me sigue extrañando, venga y dígame que me
necesita, conquísteme y enamóreme de nuevo.
Si por
el contrario, olvida hasta mi nombre, le ruego que se vaya y que no vuelva. Que
me deje ser feliz y no me vea más, ni por mera casualidad.
Y
allí, querido, nos daremos cuenta si el amor realmente puede acabarse, y si sí
éramos nosotros o era el momento.
Por
eso, le pido de la mejor manera, que se deshaga de este escrito al terminar de
leer y acepte la invitación de dejarle el resto a nuestros destinos.
Espero
seamos felices y que nunca nadie más me vuelva a destruir como usted lo ha
hecho.
Con el
corazón destrozado lo llamo por última vez "querido" y me despido
oficialmente.
Hasta
nunca, querido.